En cualquier caso, el concepto de “multiculturalismo”, desde un sentido básicamente reactivo y segregacionista cada vez más generalizado, connota, en la mayor parte de las ocasiones, una reivindicación interesada de la diversidad cultural que banaliza, mercantiliza y exotiza las diferencias como base estratégica, y bien económicamente “útil” y “transferible”, de ese “capitalismo global informacional” descrito por Manuel Castells.
Ahora bien, según lo recoge García Canclini, Nancy Fraser ha denunciado las graves deficiencias de este “multiculturalismo” que, con independencia del espíritu emancipador que lo inspire, reduce el conflicto político a una lucha por la reorganización de las diferencias étnicas, nacionales y de género, dejando al margen las cuestiones fundamentales de carácter económico-social relativas a la desigual distribución de la riqueza.
Graciano González defiende que el fenómeno de la “interculturalidad”, más allá de lo que se pone de manifiesto en el término ambiguo de “multiculturalismo”, representa uno de los espacios privilegiados de reflexión sobre los nuevos modos de “ser” y “estar” en nuestra realidad postmoderna. De esta forma, la interculturalidad, a la vez que nos obliga a hacer una revisión profunda de conceptos centrales como los de cultura, identidad y subjetividad, debe proporcionarnos, de por sí, una nueva visión del mundo y una nueva estructuración social que permita formas alternativas a esos modos de ser y estar que he descrito desde la deconstrucción crítica del multiculturalismo.



